¡LOS RUDOS, LOS RUDOS, LOS RUDOS!
Es el grito que escuchaba desde que me llevaban a las luchas de barrio en mi natal Nezahualcóyotl. Desde pequeño crecí con la cultura de la lucha libre en México. Los domingos veíamos la televisión: gritando y apoyando detrás de la pantalla.
Mi mamá llevaba a mis primos cuando eran pequeños a la lucha y ellos en agradecimiento me llevaron a mí años después. En las luchas, escuché las primeras “majaderías” de mi vida. Me explicaron que no era que quisieran ofender a alguien, sino que era parte del ritual luchístico y nadie—ni público ni luchadores— se ofendía.
Esta es una crónica de lucha libre sobre cómo las luchas me marcaron y cómo gracias a ellas aprendí tantas lecciones (hasta financieras) e hice buenos amigos.
La industria informal de la lucha libre
La pasión y emoción por las luchas se vive dentro y fuera del ring. Siempre que voy a la arena México, o a cualquier otro lugar donde haya luchas —he disfrutado de ellas frente a iglesias, debajo de puentes y hasta extremas en deshuesaderos de autos—, veo qué venden en los puestos ambulantes.
Botanas, dulcecitos, muñecos, máscaras, “bebidas”, bajón (comida), posters, estampa y de todo un poco. Los comerciantes, regularmente, también son fanáticos de las luchas. Platican con los compradores, ríen y sin que los sepan ellos apoya y mantienen el folclor de las peleítas —así las llaman también—.
El efectivo siempre es el estelar en todas las ventas informales que hay afuera de las arenas de luchas. En algunos lugares aceptan tarjeta o transferencias, pero no para todo. El dinero físico sigue teniendo el cinturón de campeón.

Los héroes y luchadores no solo están en el ring
Ahora que pienso en el dinero y los pagos, tengo presente un momento muy concreto de mi vida. Fuimos a las luchas con mis primos. Y mientras pedía los boletos junto a mi primo, vimos que un señor juntaba y contaba una y otra vez sus billetes, mientras preguntaba cuánto costaban los boletos más baratos.
Iba con 3 de sus hijos y los niños tenían los clásicos muñequitos de plástico que la mayoría de lo mexas conocemos —sí, esos que venden en lo tianguis—. La entrada más barata costaba $20 pesos y era hasta arriba en las gradas. En la cara del señor se veía la desesperación y la desilusión mientras veía a sus hijos divertidos jugando entre sí.
Mi primo se conmovió y le dijo al señor si podía comprarle unas mejores entradas para él y sus hijos. “No cómo cree, joven. Voy a comprar las más baratas. Usted no se apure”. Mi primo insistió y le compró unas más cercanas al ring. Le dio $100 para palomitas. El señor se lo agradeció y se le humedecieron los ojos.
Después volvió conmigo se agachó y me dijo: que siempre que pudiera ayudar a los demás lo hiciera. Sobre todo, si se trataba de gente tan apasiona como ellos, pues mientras todo ocurría los niños no paraban de hablar de los luchadores de esa función.
Ese día aprendí que la pasión, la amabilidad y la empatía están en el corazón de la gente que verdaderamente disfruta las luchas.
Historias desde las gradas y la informalidad
👏 ¡ESTO ES LUCHA! 👏 ¡ESTO ES LUCHA! 👏 ¡ESTO ES LUCHA! 👏
¿Te acuerdas de ese grito? Si nunca has ido a las luchas quizá te parezca raro, pero es lo que se dice cuando la lucha es muy buena.
Si no conoces el grito, probablemente tampoco sepas que cuando vas a una arena tienes que llevar tus monedas. La industria informal de la lucha libre hace que muchos luchadores trabajan en la informalidad: sin contrato, sin seguro, sin garantías. Cobran por función y nada más.
Por eso es que la afición de lucha libre avienta monedas de $10 pesos: porque reconocen y admiran el trabajo de los peleadores.
Toda esa catedra me la dio mi amix Sam. Ella es una conocedora de las peleítas gringas y mexicanas. Cuando vamos a las luchas siempre mete dulces que compra en la Merced o afuera de la Arena México. La admiro mucho porque siempre apoya la economía popular de México y sabe muuucho de la lucha libre.
Venta ambulante en eventos: la historia de mi amigo mascarero
Y ya que hablamos de amigos, antes de terminar mi crónica, quisiera contarles la historia de otro compa muy apreciado: Oscar Romero. Él vive de su arte y de las luchas. Sí, literalmente, porque es maestro mascarero, aunque él dice con mucha humildad que sigue aprendiendo.
Tiene un taller de máscaras en su casa y va a venderlas a la Arena o a cualquier otro evento que le quede cerca del oriente de la CDMX. Los precios de sus máscaras van desde los $200 hasta los $1000 pesos. Tiene un precio para mexas y otro para extranjeros.

Me contó que es un oficio que aprendió gracias a su tío y cuando juntó una lana decidió independizarse. Le encantan las luchas y toda la tradición que hay en las máscaras. ¿Qué sería de un luchador mexa sin una? Al menos para mí sería extraño.
Por esa misma razón es que una máscara contra cabellera es una apuesta muy desigual. El cabello crece, pero el misticismo de no saber quién está detrás de la máscara jamás se recupera.
La verdad me gusta mi jale porque puedo hablar de lo que me apasiona: las luchas. Siento bien cabrón cuando algún luchador se acerca a mi para encargarme una máscara. Pero la verdad a veces se batalla con la gente que solo viene regatear. A pesar de eso, no cambiaría lo que hago con tanta amor y pasión por un empleo formal. Me gusta que yo soy dueño de mi tiempo, mi emprendimiento y mi propio jefe. Quizá no tengo un ingreso fijo, pero tengo la convicción de hacer lo que me gusta: trabajar con mis manos y crear un icono de la cultura mexicana, la máscara. —Oscar, 46 años
Un corazón enmascarado que sostiene familias
Las luchas tienen un peso importante en la cultura y finanzas de muchos mexicanos. Desde los luchadores que están afuera de la arena tomándose foto con los aficionados hasta la señora que vende bolsitas con botanas a $10 pesos.
En México, la economía popular sostiene a millones de familias. Entre pasión y comunidad, mantiene viva una tradición que nos muestra al mundo tal como somos.
Quizá no haya factura en cada venta, pero sí diversión, risas y muchos gritos que alivian tu estrés. La próxima vez que vayas a una función de lucha libre en México, observa más allá del ring.
Saborea cada taquito, siente cada máscara y aplaude con muchas ganas por una tradición que nos representa como mexas.
