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La pasión por La Máquina es algo que pocos tienen la dicha de entender y de sentir. No sabría explicar si se nace con esa pasión, se encuentra o transmite.  

Quizá cada historia de amor por Cruz Azul y por la camiseta celeste es única, pero hoy quiero contarles cómo empezó y cómo es la mía.

Me llamo Luis Fernández y soy fiel seguidor del Azul. No quiero mentir diciendo que irle a mi poderosísima Máquina es sencillo… porque la verdad es que ya es toda una anécdota en sí.

Nací en el año del famoso campeonato del 97, quizá eso marcó mi destino como celeste. Crecí aguantando carrilla de mis amigos, familia, medios deportivos. Ja, ja, ahora me da risa, pero en su momento no entendía por qué tanta saña conmigo y contra mi Maquinola.

Me forjé celeste y con mucho orgullo

Recuerdo con mucho cariño cómo mi papá trataba de animarme cada vez que me tiraban carilla y me llevaba al estadio. Era complicado ir seguido por temas económicos, pero cada que la poderosísima pasaba a la liguilla, se desataba un mar de emociones.

Uno de mis pasatiempos favoritos es ver los partidos con mi papá, no importa si es en la sala o en el estadio.  

Es curioso que es de los pocos momentos que comparto con él, pero juntos esperamos 23 años para ver campeón al Azul. ¡Bendito Clausura 2021!

Me acuerdo del momento con mucha claridad. Estaba abrazando a mi papá, llorando y gritando: “¡Somos campeones!”.  

Solo de recordarlo se me hace un nudo la garganta. Desde entonces, sueño con volver a ver otra final… y que La Máquina levante la décima. ¡Ya la merecemos como afición!

El azul no se destiñe: ¡nunca!

Mi pasión por mi queridísima Máquina me ha llevado a situaciones muy peculiares y otras inolvidables. Les voy a contar dos.

La primera fue comprar otro celular. Ahorré y ahorré porque era un gasto necesario. Te preguntarás: “¿por qué compraste otro teléfono?”.

Pues fácil: soy conductor de aplicación. Aunque quisiera vivir solo de gritar “¡Vamos, Azul!” en el estadio, también tengo que chambear. Por eso, cuando me toca trabajar, cargo otro teléfono para no perderme el partido.

Tengo dos soportes en el coche: en uno pongo el partido, aunque sea el audio, y en otro el Waze para llegar a mi destino. Ya hasta me sé en qué páginas de redes sociales y aplicaciones pasan los partidos.

La segunda historia es más linda. Tengo un amigo que es de La Sangre Azul y me invitó a ver el partido de Cruz Azul vs. Real Hope en República Dominicana. Sí, el primer partido de la última CONCACAF.  

Me dijo que él ya tenía los paquetes de viaje armados (hospedaje y boletos) y que solo necesitaba mi pasaporte y cubrir los gastos. En cuanto me lo dijo, saqué mi cita para tramitarlo.  

A veces no puedo creer que mi pasión por La Máquina y la amistad me llevaron a conocer otro país.

No fue fácil juntar el dinero. Me tocó trabajar horas extras y hasta emprender un negocio de venta de tenis para sacar algo de lana. A veces sentía que no lo iba a lograr, pero cada esfuerzo valió la pena solo por cumplir el sueño de ver a mi Máquina en otro país.

Lo curioso es que ese pequeño negocio sigue creciendo hasta hoy. Nunca pensé que algo nacido de mi pasión por el futbol me abriría nuevas puertas.

Y pensar que, poco tiempo después, Cruz Azul levantó la séptima copa de la Concachampions. Me gusta bromear que fue porque los fuimos a apoyar desde el primer partido, ja, ja.

Celeste por siempre

Antes de terminar mi historia de pasión por Cruz Azul, quiero compartirles otra anécdota que me conmovió muchísimo. Me la contó una amiga que vende merch del equipo.

Un día, un chico llegó a su puesto buscando una cadena de CAZ para su papá. Al principio parecía un regalo cualquiera, pero conforme platicaron, mi amiga se enteró de que no era solo un regalo, sino una ofrenda.

Su papá había visto esa cadena poco antes de fallecer y le había encantado. Tras su muerte, su último deseo fue ser enterrado con la camiseta de La Máquina. Ahora, su hijo quería colocarle la cadena en la fotografía que guarda en casa, como homenaje.

Cuando escuché la historia, me quedé helado. Se me hizo un nudo en la garganta, porque es exactamente algo que haría un celeste: llevar su pasión incluso al otro plano.

Cada vez que la recuerdo, pienso en la promesa que me hice: llevar a mi papá a conocer La Noria y que pueda saludar a los jugadores. Espero pronto poder cumplirle ese sueño… y de paso pedir unos autógrafos y fotos. ¡Es mi próxima meta!

Mi poderosísima Maquina: mi todo

Sé que no es fácil entender esta pasión. No todos tienen la suerte —o la locura— de dejar su ánimo en manos de 11 jugadores en la cancha. Pero yo no lo cambiaría por nada.

Seré celeste siempre, pase lo que pase. Gracias por leer mi historia. Ojalá pronto nos crucemos en el estadio. ¡Allá nos vemos!

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