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Unos tacos al pastor a la salida de la oficina, un esquite calientito después del cine o unas papitas preparadas mientras esperas el camión. La comida callejera mexicana no solo es el refugio de nuestros antojos: es una red viva de historias, esfuerzo y sustento.

Detrás de cada carrito, puesto improvisado o hielera sobre ruedas, hay emprendedores informales que transforman la tradición y el sabor en una forma de vida.  

Estos vendedores ambulantes de comida son parte esencial del paisaje urbano, pero también de la economía informal en México que late con fuerza en cada esquina.  

El rol de los antojitos en la cultura popular mexicana

Los antojitos mexicanos son más que platillos: son parte del alma colectiva. Nos recuerdan a la infancia, al barrio, a la abuela. Son símbolo de cercanía y tradición.  

No hay fiesta sin tamales, no hay parque sin el carrito de elotes o dorilocos, no hay centro sin tortas o tacos al pastor.

La comida popular en México vive en la calle, donde el olor del aceite caliente, el chisporroteo de la plancha y las pláticas entre cliente y vendedor crean una atmósfera única. En un país tan diverso, esta gastronomía compartida nos une, sin importar la región.

Aunque, comúnmente, operan fuera del sistema fiscal tradicional, los puestos de comida en la calle mueven millones de pesos al día.  

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el 54% de la población ocupada en México trabaja en la economía informal. Y dentro de ella, la venta de alimentos representa una de las actividades más comunes.

El impacto ecomómico de los puestos de comida callejera

De acuerdo con la Secretaría de Economía, el sector de vendedores ambulantes de alimentos sumaba 840,000 personas en el tercer trimestre de 2024, con un ingreso promedio de $4,900 pesos al mes, trabajando unas 34.6 horas semanales.

Los puestos de comida callejeros son accesibles, flexibles y adaptables. Y, aunque muchos enfrentan retos como la falta de seguridad social o acceso a financiamiento, su impacto económico es innegable.  

No solo se trata de vender, también implica comprar insumos a productores locales, colaborar con otros pequeños comerciantes y formar redes de apoyo mutuo, lo cual ayuda muchísimo al desarrollo de la economía del país.

Cuando el antojo paga la renta y algo más

Doña Toñita se instala en la misma esquina de la colonia Juárez desde hace más de veinte años. Sus sopes, gorditas y quesadillas han alimentado a generaciones de oficinistas en la colonia. Con ingredientes frescos y sazón heredado, lo que comenzó como una forma de salir adelante después de enviudar, se convirtió en el negocio familiar.

Como ella, miles de emprendedores informales en todo el país han encontrado en los antojitos callejeros una fuente de ingresos digna. De acuerdo con el INEGI, en 2022, la economía informal representó el 24.4% del PIB nacional, donde gran parte abarca la comida callejera.  

Desde el joven que vende papas con chilito en la entrada del metro hasta el matrimonio que cada noche arma su puesto de crepas y postres, estas personas generan empleo, sostienen hogares y tejen comunidad.

Más allá del producto, lo que venden los vendedores ambulantes es cercanía. Saben cómo te gusta tu orden, te regalan una salsa especial, te preguntan por tu familia.  

Son parte del tejido comunitario y es por esta razón que, de acuerdo con un estudio de Mercawise, al menos el 52% de los mexicanos consume en puestos callejeros entre una y tres veces por la semana. Muchos de ellos lo hacen por tradición, pero también porque representa una opción accesible y confiable.

Lo bueno, lo difícil y lo valiente de emprender en la calle

En México, emprender en la calle tiene tanto aspectos positivos como desafíos. Lo bueno es que incluye la libertad de ser tu propio jefe y la oportunidad de generar ingresos y empleo.  

Sin embargo, también existen dificultades como la falta de recursos, la competencia y la necesidad de ser valiente para enfrentar los obstáculos, tales como regulaciones ambiguas o falta de protección laboral.

De acuerdo con una investigación de Credicorp, la brecha entre trabajadores formales e informales respecto a inclusión financiera es de 20 puntos porcentuales, es decir, que mientras el 33% de trabajadores formales alcanza un nivel alto de inclusión, solo el 13% de los trabajadores informales llega a este nivel.  

Actualmente, los emprendedores informales también viven un momento de oportunidad: cada vez hay más iniciativas que buscan formalizar sus actividades, ofrecer capacitación y darles acceso a servicios financieros.  

En Bankaool, reconocemos su esfuerzo. Porque vender comida callejera en México no es solo un negocio: es una forma de resistencia, de cultura y de empuje mexicano.  

El antojo también alimenta sueños

La próxima vez que compres un elote o unas quesadillas en la calle, recuerda que estás apoyando mucho más que un antojo. Estás contribuyendo a una economía viva, auténtica y bien mexa. Estás apostando por los sueños de quienes, todos los días, transforman una receta en una oportunidad.

¿Tú también tienes una historia con tu antojito callejero favorito? Cuéntanos en redes con el hashtag #BienMexa.

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