La lucha libre mexicana es mucho más que un deporte y un espectáculo: es un símbolo nacional de lo que somos, porque como mexas diariamente luchamos y lo dejamos todo arriba y abajo del ring.
Desde la Arena México y las funciones en barrios, hasta las películas de luchadores de los sesenta y setenta, la cultura mexicana está impregnada de la esencia de luchar y nunca rendirse.
La lucha libre es parte de la identidad mexicana
En cada función de lucha y en la vida cotidiana hay héroes y villanos —técnicos y rudos— según quien cuente la historia y cómo cautiven a la afición. Nuestros luchadores —como el Santo o Blue Demon— no tienen superpoderes ni los necesitan.
Su magia está en ser valientes, nunca rendirse y siempre buscar una forma de hacer “la tapatía” para ganar. Por eso es que las luchas son uno de los deportes más populares en México y, por lo mismo, hay tantos luchadores que se convirtieron en ídolos de varias generaciones.
Y así como en el ring se lucha por la victoria de 2 a 3 caídas, fuera de él, los mexas luchamos en el día a día por nuestros sueños y futuro.
¿En qué se parece la economía mexa a la economía de la lucha libre?
Detrás del folclore y emoción, la lucha libre también representa una economía que sostiene a miles de familias desde la informalidad. Cada arena genera su buena lana con vendedores ambulantes que ofrecen máscaras, comidas, bebidas y recuerditos, cobrando casi siempre en efectivo. Porque los billetes siguen teniendo el campeonato en las transacciones callejeras.
La afición de la lucha libre México no solo llena las arenas, sino que también consume productos oficiales y mercancía creada por manos mexicanas. El mercado de las máscaras de luchador es especialmente fuerte: artesanos locales venden máscaras desde $200 hasta $1000 pesos con un precio según seas mexicano o extranjero.
Además, como dato, tan solo en las arenas del CMLL cada semana hay más de 12 mil espectadores nuevos a la semana.
¿El ring también se gentrifica?
Lo que antes era barrio, hoy atrae cámaras, extranjeros y curiosos. Y es que uno de los temas que poco se tratan es que la gentrificación también está alcanzando la lucha. Los smartphones se alzan para grabar el vuelo de los luchadores y sus movimientos se comentan en inglés, francés y otros idiomas, mientras que en las gradas salen los insultos, piropos y abucheos de aficionados locales.
Uno de los taqueros que tiene su puesto cerca de la Arena México menciona que:
“Esto es la locura. Antes venía la gente de siempre y ahora llegan extranjeros, famosos o personas importantes con guardaespaldas”.
La economía informal que rodea la lucha libre refleja los mismos retos que vivimos los mexicanos en la vida diaria: competir con grandes cadenas, adaptarnos a los pagos digitales y sobrevivir a la inflación.
Porque quienes venden en un domingo familiar de lucha libre en el CMLL ganan más, pero a quien compra recuerdos o busca un buen boleto le sale más caro por la llegada de extranjeros.
Pensemos que tan solo el aforo promedio de martes y domingo alcanza los 7.9 K de personas.
Del cuadrilátero a la vida diaria
Si algo ha hecho la lucha libre es perdurar en nuestros corazones. Porque la lucha es la metáfora de la vida que nos representa. Detrás de cada máscara y cabellera hay hombres y mujeres que parten desde abajo del ring —y que siempre sueñan con la lucha estelar—, que se zafan de la hurracarrana y alcanzan alturas inesperadas.
Así como en el cuadrilátero el rudo pone obstáculos —y hace una que otra maña que el público aplaude— y el técnico nunca se rinde y juega limpio, fuera de ella hay comerciantes, estudiantes, emprendedores y familias enteras que dan pelea día con día a cualquier reto que se les atraviese.
No solo los luchadores usan máscaras
En la vida diaria también hay máscaras. No todas tienen lentejuelas ni diseños coloridos, pero cumplen la misma función: protegernos, resistir o simplemente mantenernos en la lucha.
A veces nos las ponemos para aguantar el trancazo, y otras, nos las quitamos para mostrar solidaridad o humildad.
En las gradas, por ejemplo, cuando la lucha se pone buena, la gente lanza monedas al ring como reconocimiento. Es su manera de decir gracias a los enmascarados junto al grito: “¡Esto es lucha!”.
Del mismo modo, en la sociedad mexa existe una tradición de apoyar al prójimo y admirar al que no se deja vencer. “¡Los rudos, los rudos, los rudos!”, gritan algunos; otros apoyan a los técnicos. Pero al final del día, se celebra la entrega y la valentía.





